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Equilibrio y Liderazgo emocional

Todos llevamos un líder dentro. Es una gracia natural con la que nacemos los seres humanos, una luz interior que nos permite iluminar -si nos lo proponemos- el camino hacia los objetivos en la vida. Utilizar esa luz, que no es más que hacer valer nuestra capacidad innata de liderazgo, abre las puertas del éxito y allana la senda que conduce a la excelencia, tanto en el trabajo como en la vida personal.

Para hacer realidad nuestra capacidad potencial de liderazgo, no estamos obligados a tener una personalidad extraordinaria, ni mucho menos a amasar una egolatría fuera de lo común. La capacidad de un líder se mide hoy día por su poder de aglutinar, inspirar y motivar a los demás, por su confianza en el colectivo, los deseos de aprender y acumular experiencias, y por su inclinación a escuchar y a aceptar los errores. El líder es un ser humano común, que únicamente se propone desarrollar cualidades que todos poseemos.
El líder moderno proyecta con visión de futuro, contagia, entusiasma, persuade y transmite energías. Es una persona que explota al máximo sus capacidades, porque logra -y esto sí es primordial- un equilibrio creador entre la razón y la emoción. Sabe conectar ambos mundos, sin perjuicio de los sentimientos o de la calidez humana.
El equilibrio razón-emoción no es más que la capacidad de encauzar las emociones debidamente, poniéndolas en función de los objetivos trazados, aprovechando la fuerza que liberan. No olvidemos que la razón llega a conclusiones, pero las emociones arrastran a la acción. En esto radica la importancia de su equilibrio.
William Shakespeare, a finales del siglo XXVI, sentenció: “Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos llegar a ser”. 
Por: Ismael Cala

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